Por Bernardo Erlich - Humorista gráfico

Al Eternauta lo conocí en La Gaceta. El 4 de julio de 1977, entre las tiras de siempre, apareció publicada la primera página. Yo cursaba el primer año de la secundaria y el flechazo fue instantáneo. Eran dibujos de otra época, muy potentes. Y ya desde el tercer cuadrito aparecía como personaje el mismo Oesterheld, que es una de las voces que va a contar la historia de Juan Salvo, el Eternauta, quien unos segundos después se va a materializar sobre la silla frente a su escritorio.

Como decía, fue amor a primera vista con esa historieta que el diario publicó a razón de una página por día. Yo las recortaba con mucho cuidado y las guardaba en una caja de cartón: mi primer Eternauta fueron esos recortes, y se habrá perdido en alguna mudanza. No así el segundo, el libro apaisado de Ediciones Record que aún me acompaña: lo tengo en la biblioteca que está en el living. Está viejito, desvencijado, sus páginas ya amarillas y, a contrapelo de mi hábito de no prestar los libros, a éste se lo facilité a todo el que manifestaba un mínimo interés en saber de qué se trataba. Fui como esos religiosos que te tocan el timbre a la siesta para predicar La Palabra, que en este caso era una de las historietas de ciencia ficción más impresionantes que dio el género en Argentina.

¿De qué trata el Eternauta? De un grupo de amigos resistiendo una invasión extraterrestre (lo siento por el spoiler, pero la historieta se publicó por primera vez entre 1957 y 1959, tuviste sobrado tiempo de leerla). Los sorprende una nevada mortal mientras juegan al truco en el altillo de Juan Salvo, el futuro Eternauta. Fabrican trajes aislantes con lo que tienen a mano, con la precariedad y el ingenio que nos caracteriza, y salen a ver qué quedó del mundo. Que además es un mundo cercano: es el Buenos Aires de la época, que Solano López retrata con una precisión que le irá, incluso, modificando el estilo. No es el mismo Solano el que empezó a dibujar El Eternauta que el que lo terminó.

Y en ese registro de la desolación en los detalles cotidianos es donde la historieta brilla y se te queda pegada para siempre. El Eternauta camina y ve a una mujer que yace al lado de la botella de leche que dejó para el lechero, pintadas de Frondizi, el caballo de un carro también abatido, personas caídas en la cola del colectivo 12, un kiosquero muerto mientras ofrecía cigarrillos. Y esos momentos íntimos se intercalan con otros de intensidad absoluta en escenarios que tampoco son simulados: la marcha rumbo al Congreso; la escaramuza en el subte; la batalla en la cancha de River.

EN TUCUMÁN. El Eternauta se publicó en LA GACETA, por primera vez el lunes 4 de julio de 1977. La imagen muestra aquella página del diario.

Y como una mamushka de peligros, dentro de cada ataque invasor se encuentra un enemigo nuevo. Y no voy a ahondar más porque prefiero que lean la historieta, sobre todo antes de que llegue la serie, de la que ya vimos un par de trailers que nos dejaron con más manija que a un Ford T.

Es que estábamos deseando que se hiciera la película del Eternauta desde el primer contacto con la historieta en papel. Ya en los 80 la quiso filmar Aristarain, pero no consiguió los derechos. Me hubiera gustado ver esa película, con su estilo de cine clásico, haciendo de El Eternauta nuestro Río Bravo.

No se pudo, pero lo que sí trae la versión de Netflix es a Juan Salvo, un hombre común frente a una circunstancia extraordinaria, interpetado por Ricardo Darín, nuestro James Stewart, nuestro Tom Hanks; el que mejor representa al argentino medio. Y también, en forma de serie, rescata el “continuará” con el que los lectores originales terminaban la lectura de cada entrega, durante dos años.

El Eternauta es una de las mejores aventuras escritas y dibujadas. Arriesgo que, sin haber sido planificada como tal, se convirtió en nuestra primera novela gráfica. Y el derrotero de su autor es un signo de la demencia argentina: cuando se empezó a publicar en LA GACETA, Oesterheld llevaba meses secuestrado y desaparecido por las Fuerzas Armadas que habían dado el golpe de Estado en el 76. Sin embargo durante esa misma dictadura se agotaron ediciones en fascículos y libros de la historieta, uno de los cuales fue el que yo compré.

Quizás por eso hemos elegido que El Eternauta sea nuestro espejo. Un hombre común que hace frente a una tragedia que lo supera, siempre en desventaja. Que sobrevive incluso al pantano alegórico en el que se lo quiere hundir una y otra vez. Y que nos mira desde el primer plano de la tapa del libro que recopila su historia -y ahora desde el póster de Netflix- y nos pregunta, con ojos urgentes, si todo esto será posible.